PREMIO APORTACIÓN A LA ARQUITECTURA 2013-2014
Escribir sobre Rafael Tamarit, a sabiendas de que me va a leer este artículo, es un reto que supera lo intelectual y la capacidad de quien lo hace, honrado por la generosa invitación del profesor Jose Fernández-Llebrez. Porque lo hace el discípulo que recuerda su singular enseñanza como un aire fresco en tiempos oscuros, y que no ha dejado de serlo desde entonces. Lo hace el colega que compite en entrega y devoción por tan digna profesión compartida. Y el amigo que le quiere y le extraña en sus ausencias, aunque lo sepa seguro y libre como siempre ha sido.
Glosar sobre la trayectoria profesional de este Mestre Valencià d’Arquitectura, que ya lo fue para tantos mucho antes del justo reconocimiento del Colegio Oficial de Arquitectos de la Comunidad Valenciana, obliga a indagar en sus sólidos principios y en su sentido de la responsabilidad, en su resistencia activa y optimista ante (que no frente) la vida, desde bien joven.
Recordar su contagiosa devoción por sus mejores profesores de la Escuela de Madrid (trabajar con Alejandro de la Sota fue un privilegio que siempre tuvo presente) es también mencionar su empatía y su capacidad de seducción, ampliamente ejercitada con soltura. Y es rememorar, como él mismo lo hace, sus fatigas en la «Villa y Corte», con la ayuda de sus caricaturas y viñetas, una habilidad que nunca abandonó y suele manifestar con discreción en su arquitectura siempre alegre.
Comprometido siempre con su tiempo, abierto al cambio y a la innovación (no ha faltado quien lo califique, con cierta gracia, de darwiniano), ha sido siempre dueño de un delicado equilibrio entre sueños y realidad. Por su buena gestión y su capacidad anticipadora, clientes privados e institucionales han sabido confiar en su valía. Forjado en una práctica sectorial y diversa, que recorrió con semejante fortuna el mundo gráfico, el diseño y el interiorismo, la intervención desenfadada en lo construido y cierta genialidad ecléctica en la obra nueva, supo trasladar con generosidad sus conocimientos a la incipiente Escuela de Arquitectura de Valencia (actual ETSA‑UPV), en la que, llamado por su fundador, Román Jiménez, ocupó con éxito el entonces difícil cargo de jefe de Estudios.
Puente entre el tejido empresarial valenciano y su élite cultural, pues capaz era de abarcar con su estatura ambas orillas, el arquitecto abordó a la vez y con frescura una ingente tarea de renovación de los gustos de nuestra burguesía y una apertura de creatividad en sus estudiantes (de lo que doy fe, por haber resultado uno de ellos).
De la tienda de mobiliario y objetos de diseño a la sede de la Escuela en el Palacio de la Exposición de Francisco Mora, de las zapaterías de Mayordomo a las tiendas de Lladró, del azulejo de Noia del ciervo azul sobre fondo blanco a la ternura posracionalista del edificio de familia en Tavernes Blanques (recogido con justicia entre las veinte obras representativas de la arquitectura moderna en la Comunidad) y al maltratado Pechicán, desde Valencia hasta Nueva York, ha viajado con lo aprendido de su tierra de luz y naranjos, de Joaquín Sorolla y Vicente Blasco Ibáñez, y también de Julio Cano Lasso.
El Deseo de una noche de verano (Blow up) de Michelangelo Antonioni y el proyecto de casa para un artista, con los que tuve oportunidad de adentrarme en el mundo de la arquitectura, en su magia representativa, en la idea de cobijo, en la precisión constructiva, aprendidos como en una fiesta en la que el anfitrión era el maestro, como en la mejor de las palestras griegas, fueron más que herramientas de aprendizaje, una suerte de estrategia vital y un cuaderno de bitácora para recorrer el mundo.
Su relación con el pop, con lo más auténtico de este, no fue casual ni fingida, mucho menos superficial o impostada. Nunca fue gregaria ni seguidista. El camino entre el hábito de nazareno, de forma provisional adoptado por un viejo y esmerado edificio de maestro de obras en la céntrica calle Ribera de Valencia, y la máscara inoxidable del que lo acabaría sustituyendo me evoca —ahora que lo he trabajado con una excelente doctoranda— influencias venturianas y hasta reminiscencias de Adolf Loos, que deslizo aquí como una provocación al maestro, como una travesura del aprendiz que incentive su discurso autobiográfico.
Aunque de verbo fácil y acerado cuando la ocasión lo requiere, y de oído sensible educado en sucesión de conciertos, vinilos, CD y sofisticados equipos para su reproducción, viajero incansable, nuestro Mestre es parco en vanidades y abundante en logros que las harían comprensibles. Pragmático como el agricultor valenciano y propietario de idéntico tesón, ha sabido ensayar con la escala, con el tamaño, en la construcción de la ciudad y en la intervención territorial, en la metrópoli norteamericana o en la huerta norte de Valencia.
De sus proyectos más relevantes se ha ocupado con profusión e idéntico cariño mi colega Javier Domínguez en la reciente exposición antológica de su obra en el Colegio Territorial de Arquitectos de Valencia (CTAV), de la que ha sido comisario, y también en anteriores ediciones monográficas. A esa muestra me remito. Configuran un recorrido más que un itinerario. Un riesgo medido en el proceso. Una permanente autoexigencia. Un decidido compromiso.
La jovialidad, rasgo que le caracteriza, no discurre incompatible con un carácter fuerte y exigente, pero ni derivará nunca en capricho, ni mutará jamás en imposición. Se ha dicho ya que atesora un cierto don de seducción, probablemente innato.
Y es de jovial como me atrevo a calificar su producción, y su producción arquitectónica. Una rara alquimia de dulce encanto no exenta de oportunos «puñetazos en la mesa», o de golpes de tambor, si se prefiere.
Al rigor en el uso de las geometrías, de los ejes, de módulos y ratios, con la incorporación si es el caso, y con acierto, de elementos singulares, lo acompañan la organización sensata del espacio, la adecuada medida de las piezas y su correcta construcción. No olvidará la proporcionalidad en el costo ni la gestión inteligente de su proyecto y ejecución. Porque la obra de Tamarit es una suerte de ilustración pedagógica de la actualización contemporánea de la tríada vitruviana que a estos tiempos corresponde.
No me quedo ahí, ahora cuando el discípulo, el colega, el amigo, en «modo» profesor se dirige en especial a sus propios estudiantes, con la obra del Maestro como caso de estudio, y como tantas veces lo hice antes en su presencia, para ensayar esta presuntuosa, casi pedante (con lo que disgusta a Rafael la pedantería) analogía de jovial melodía con timbales. Y en el intento de fundamentar, apenas en una suerte de equilibrio inestable, tamaño atrevimiento, tengo para mí que el secreto está en su temprana internacionalización y una íntima, tal vez oculta, relación con la escuela norteamericana, que se nutrirá cada día más de un provechoso mestizaje de mediterraneidad.
Le mandé un mensaje cuando me encontré, con su sello, la tienda Lladró de Bombay, en una de sus principales arterias comerciales y junto a Marine Drive. «¡Qué grato recibimiento!», le dije. Contestó complacido, sin darle importancia.
Si se me permite, expondré ya, con carácter tan sintético como concluyente, que la esencia de la obra producida por Rafael Tamarit, como la de su pensamiento y discurso arquitectónicos en el ámbito docente, es la jovialidad cultivada. Esa que ya está presente —como en Bombay— en la tienda de ropa Don Carlos o en la cafería Tívoli en Valencia. O la que muestran, en tan diferentes escalas y entornos, el edificio para Mayordomo y Polanco de Valencia, el Lladró Plaza de Nueva York, el Rodeo Drive en Beverly Hills y el Ginza Building en Tokio.
Han discurrido en armonioso paralelismo sus trayectorias humana y profesional. Han discurrido, a mi observar, con meta bien establecida y sin itinerario rígido. No carecen de pausas cortas, de reposos de guerrero o paradas en las tabernas, mientras ofrecen oportunidades de detenimiento y espacios para la reflexión, que, lejos de empañar la meta, intensifican su deseo y la aproximan en el tiempo. Sabios recorridos de ida y vuelta equipados con la precisión del viajero frecuente, del explorador científico, que jamás incluyó baratijas o espejuelos en su transitar. Tampoco hay en sus bolsas de viaje cansinos y ensimismados sermones, códigos indescifrables ni guiños entre amigotes que juegan al truc o al chamelo.
Así lo veo yo, discípulo, colega, amigo —y profesor de Arquitectura en la misma Escuela que de él aprendí—, y así lo cuento. Aquí, y en mi recuerdo, en mi aula, en mis tertulias profesionales y en las más próximas. Porque se me antoja que su excepcional talla humana está muy presente en su producción arquitectónica, práctica y teórica, que es precisamente la que ha ido forjando su generosa personalidad.
Sólidas ambas y ambas sensibles a partes parejas. Crudas y hermosas, comprometidas con su tiempo y con su lugar. Arquitectura en esencia. Y como corresponde a un maestro, una pléyade de observadores, de seguidores, de aprendices, con los que a lo largo de su carrera ha compartido reflexiones, conocimientos, experiencia y comportamientos también, le seguimos y le queremos. No es un tópico que de los maestros se aprende mucho más que lo que enseñan. Tampoco lo es que todos coincidamos en que es esa una de las características del Mestre Valencià d’Arquitectura Rafael Tamarit Pitarch.
OBRAS DESTACADAS
1965
Edificio Hermanos Lladró, Tabernes Blanques (Valencia) (con Enrique Hervás)
1965
Villas Cap de Faro, en Nido de Águilas, Cullera (Valencia)
Relojería Morera, en calle Ruzafa núm. 1, Valencia
1966
Edificio de viviendas ‘Pechicán’, en avenida Peris y Valero núm. 130, Valencia
Vivienda unifamiliar Tamarit Maximino, en Monte La Forqueta, Náquera (Valencia)
1967
Tienda Pavimentos Guillén, en calle Guillén de Castro núm. 8, Valencia
1968
Vivienda unifamiliar ‘Nuestro Mundo’, en urbanización Monte Picayo, Puzol (Valencia)
1969
Tienda Clive, en calle Ruzafa núm. 28, Valencia
1973
Complejo turístico Bravísimo, en carretera Valencia-Alicante km. 125, Benidorm (Alicante)
1974
Edificio Novedades, en calle Calvo Sotelo con calle Convento Santa Clara, Valencia
Lladró en calle Poeta Querol núm. 9, Valencia
1979
Vivienda unifamiliar Rafael Tamarit, en Partida de Torrecho 287, Alzira (Valencia)
1982
Centro Comercial Nuevo Centro, en avenida de Pío XII núm. 2, Valencia
1983
Edificio Escultores, en polígono industrial 1-4, Tabernes Blanques
1985
Edificio Portería, en polígono industrial 1-4, Tabernes Blanques
1991
Edificio Lladró Nueva York, en 43 West 57th Street, Nueva York (EE.UU.)
1992
Centro Comercial San Agustín, en calle Guillem de Castro núm. 9, Valencia
1993
Factoría Meinfesa, Albuixech (Valencia)
1994
Lladró Rodeo Drive, en Beverly Hills, Los Angeles (EE.UU.)
2001
Edificio Lladró Tokyo, en Ginza, Tokio (Japón) (con Susana Tamarit)
(Texto de José María Lozano Velasco y Listado de Obras destacadas extraídos de la publicación MESTRES. ARQUITECTURA MODERNA EN LA COMUNIDAD VALENCIANA, de José Fernández-Llebrez Muñoz. Fundación Arquia [colección arquia/temas n 44], 2021 [ISBN 978-84-124459-0-9])