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Rafael Contel Comenge

PREMIO A LA TRAYECTORIA PROFESIONAL 2010-2011-2012 (A TÍTULO PÓSTUMO)

Nunca me habló del violín, a pesar de saber que la música, a él como intérprete aficionado y a mí como aficionado a secas, nos emparentaba. Pero él era así: discreto como hay pocos entre los que destacan y de una estirpe silenciosa hoy en franca decadencia.

Si algo me atrajo de él desde el primer momento de encuentro, fue su bondad, pura y simple, libre de toda vanidad.

Conocí a Rafael Contel Comenge en los albores de la Escuela Técnica (reconocerlo es obligado) Superior (decirlo está de más) de Arquitectura de Valencia, alojada provisionalmente en el Palacio de la Exposición, sito en la plaza de Galicia. Un recinto evocador, en el que su autor, el arquitecto de pro Francisco Mora, decía haber acopiado lo mejor del gótico valenciano.

Era el amanecer de una institución a la que puedo decir sin alarde que he dedicado, si no los mejores, sí la mayor parte de los años de mi vida académica (en el sentido platónico, aclarémoslo). En aquel entonces, año 1966, ostentaba el liderazgo visible de la recién nacida Escuela Román Jiménez Iranzo y el no invisible, pero menos aparente, Roberto Terradas (Escuela de Barcelona).

Rafael había entrado a formar parte de aquel equipo inaugural, pienso que en calidad de dibujante fuera de serie y, por consiguiente, inmejorable profesor de Dibujo, inscrito en el Departamento de Expresión Gráfica y en la asignatura que pomposamente se llama «Análisis de Formas Arquitectónicas», de la que llegaría a ser catedrático con todos los honores.

De su obra, copiosa y digna desde luego, he ido sabiendo luego; para bien, en este caso, la arquitectura sobrevive a los arquitectos. Pero sí tuve ocasión en cambio de conocer personalmente a Cayetano Borso di Carminati, Tano para los amigos, con el cual Rafael mantuvo una fértil colaboración hasta 1971. Dos caracteres, en mi opinión, no caben más dispares y, tal vez por ello, tan a propósito para un trabajo en común. Dos personajes dotados de un notable humor: para la sátira brillante el primero y para la suave ironía el segundo.

Rafael conocía a fondo el secreto de la ironía saludable, socrática: la que se ejerce para empezar sobre uno mismo. Cayetano, más locuaz, acaparaba la atención sin esfuerzo. Eran, por eso, tal para cual. Un contraste, por cierto, que la arquitectura agradece y que la beneficia, ya que ella juega el juego de lo abierto y cerrado, de lo común y lo propio. Voz y silencio. 

Intimidad y espectáculo hacen un tándem inmejorable en el sano ejercicio de nuestra profesión. Y así, Contel y Borso supieron conjugar ese juego con resultados que a la vista están. Citaré por ejemplo el que su popularidad conoce como «Balcón de Levante» en la avenida del Puerto de Valencia y a medio camino entre la ciudad y el mar, espectáculo y espectador, todo en uno; el grupo residencial Stella Maris, que aborda el problema de la vivienda social con un austero lenguaje vinculado a la modernidad; el edificio de viviendas en la calle Jaume Roig, extrovertido y dialogante con un entorno urbano privilegiado a través de la cualificación de espacios interior-exterior, o las escuelas profesionales San José, donde las piezas edificadas de buena factura moderna coronan la ordenación de un amplio programa docente.

La consideración de esa doble cara, la del músico que subyace al arquitecto, me ha sugerido, precisamente, la idea de titular como «El Violín de Ingres» estas líneas de reconocimiento y admiración por la persona entrañable de Rafael Contel Comenge. Es la imagen que Man Ray nos legó (El violín de Ingres), secreta afición del pintor, en forma de torso femenino desnudo que confunde su silueta con la del instrumento: bastan dos mínimas incisiones para que el lienzo nos «suene» y reconozcamos en él el silencio de su música callada.

Conocí, como he dicho, a Rafael como compañero, no diré de fatigas, sino más bien de ilusiones, en el ejercicio de una docencia compartida. Él del lado del dibujo y sus formas, y yo del mismo lado, pero con diferente instrumento: el de la llamada e impasible, resistente a los avatares del tiempo, geometría descriptiva. Dos ópticas en todo distintas, pero concurrentes en un mismo objeto: la forma arquitectónica. «Abstracta» en mi cometido, presuntuosamente científico, y «concreta» en el suyo, modesta y definitivamente artístico.

Tuve claro entonces, o, si no, lo tengo ahora, que mi papel se disolvía, por decirlo de un modo poético, en el proyecto, en tanto que el suyo iría mucho más lejos en la creación de la propia obra de arquitectura. Pues su inspiración, la de su «dibujo de formas», se hallaba en el principio y el fin de nuestro oficio común: el que sustancia la idea en la obra.

Mi papel, el de la geometría que argumenta el estricto dibujo técnico, era el de mera tramoya que allana el paso a la representación. Que él me aventajara en edad poco menos de una generación, dieciocho años, no hacía sino facilitar el encuentro y la colaboración, y más de fondo que de forma. Pues el hecho es que, sin proponérnoslo, ni creo que haberlo departido, sintonizábamos de buenas a primeras, y a pesar de nuestra desigual posición con respecto a la dirección de la incipiente Escuela. Él había entrado por la puerta grande; yo, como de refilón.

A él, siendo grande y reconocido arquitecto, no le importaba achicarse en beneficio de una empresa, el aprendizaje y la enseñanza de la arquitectura, que merecía no ya la pena, sino todos los riesgos. Para mí, no siendo ni una cosa ni otra, el empeño iba en otra dirección. Pero debo decir que el cruce de rutas fue de lo más satisfactorio. Y principio de una sólida amistad.  Revisando ahora sus proyectos y obras, hay uno de aquellos, archivado en la región del olvido, que ha llamado mi atención. Y me pregunto qué habría sido de esta populosa ciudad si su idea «alternativa» hubiera en su día prosperado. Me refiero a su propuesta de una «Solución Norte» para el desvío del río Turia tras la catastrófica riada de 1957.

Pues es el caso que, cuando una década después Rafael y yo nos encontramos en la plaza de Galicia a título de profesores de la nueva Escuela, yo me hallaba bajo contrato con la Oficina de Proyectos del Ministerio de Obras Públicas, donde se estaba gestando la solución contraria, o «Plan Sur», para el desvío del cauce, bajo la dirección entusiasta de mi superior, el ingeniero de Caminos Claudio Gómez Perretta: la que finalmente se llevaría a cabo y ha dejado una huella indeleble, si feliz no sabría decirlo, en el paisaje de la periferia urbana, occidental y meridional.

Qué habría sido de nuestra luminosa ciudad de haber prosperado la idea de Contel es asunto que corresponde a la libre fantasía el imaginarlo. Entrar en esos vericuetos se sale por completo, lo sé, de los límites de esta breve memoria. Pero no me resisto a traer a colación el episodio porque da qué pensar, y qué conjeturar, acerca del talento de nuestro arquitecto. De cómo una idea, meditada y dibujada, de un arquitecto puede acertar a dilatar o comprimir, a abrir o cerrar, horizontes a toda una ciudad en perpetuo desarrollo.

La muy digna de consideración, si bien desestimada, Solución Norte de Contel sería, a mi parecer, consecuente con la lógica establecida por la historia de nuestra ciudad para su crecimiento, desde su origen romano, a través de sus etapas, medieval y renacentista, hasta la ciudad moderna y sus correspondientes planes de ensanche y ulterior dispersión.

Los sucesivos anillos de crecimiento, los que traza la arqueología y ciñen sus murallas, mantuvieron durante siglos la dirección norte-sur, con el viejo cauce como punto de partida. El río fue el respaldo milenario e inmóvil para ese crecimiento, abierto al mediodía.

Pues bien, descartado por sus eventuales riesgos ese respaldo, ¿no habría sido más sensato desplazar el cauce en el sentido norte, sin comprometer el espontáneo desarrollo sur de la ciudad con una red arbitraria de vías y obras, flanqueando un desmesurado pedregal sin el menor sentido? Sé que todo esto es pura conjetura. Pero me cabe la disculpa de habérmelo suscitado una idea de mi querido compañero y amigo Rafael y que afianza mi convicción acerca del papel que desempeñan las utopías en el sano ejercicio de la arquitectura. Y de cómo la pericia en el dibujo las favorece y alienta. No en vano el humanismo las cultivó y las hizo fecundas.

Creo sinceramente que el calificativo de humanista le cuadra de arriba abajo a la figura de nuestro homenajeado. Y presiento que ese espíritu habría de contribuir, en el momento actual, a reanimar el decaído ejercicio de nuestra muy noble (a pesar de todos los pesares) profesión. 

Es la lección que me atrevo a destacar de la personalidad, afable como pocas y discreta como es raro hallarlas hoy, de Rafael Contel, músico reservado, arquitecto reconocido y maestro recordado, con esa nota «cordial» que George Steiner en su Elogio de la transmisión atribuye al «recuerdo». Que es el de las primeras promociones de arquitectos surgidas de aquella Escuela en donde ambos, cada uno desde su propio y leal saber y entender, pusimos a contribución la voluntad de aprender enseñando.

OBRAS DESTACADAS

1954
Iglesia Parroquial de San Francisco de Asís, Oliva (Valencia) (con Joaquín Aracil)

1958
Grupo residencial ‘Stella Maris’, Valencia (con Cayetano Borso di Carminati) 
Grupo Rey Don Jaime, Alboraya (Valencia) 

1959
Mercado Municipal, La Alcudia (Valencia)
Mercado ‘Virgen de la Vallbanera’

1960
Grupo residencial Puchades-Cubells ‘Balcón de Levante’, en la avenida del Puerto, Valencia (con Cayetano Borso di Carminati)
Proyecto urbano – Solución Norte para la desviación del río Turia, Valencia

1961
Grupo residencial ‘Villadesol’, en calle Islas Canarias, Valencia (con Cayetano Borso di Carminati)

1963
Edificio residencial en calle Jaime Roig, Valencia (con Cayetano Borso di Carminati)

1964
Escuelas profesionales San José, Valencia (con Cayetano Borso di Carminati)
Iglesia de San Bartolomé, en avenida Reino de Valencia, Valencia
Urbanización Monteamor, Náquera (Valencia)

1965
‘Torre Ulises’, El Perelló (Valencia) (con Ernesto Lavernia y Daniel Gamón)

1967
Monasterio Cisterciense, Benaguacil (Valencia)

1970
Convento Hermanas de La Cruz, Aldaia (Valencia)

1972
Edificio Hotel Renasa, Valencia

1984
Centro de acogida de refugiados (CAR), Mislata (Valencia) (con Javier Bonilla)

(Texto de Joaquín Arnau Amo y Listado de Obras destacadas extraídos de la publicación MESTRES. ARQUITECTURA MODERNA EN LA COMUNIDAD VALENCIANA, de José Fernández-Llebrez Muñoz. Fundación Arquia [colección arquia/temas n 44], 2021 [ISBN 978-84-124459-0-9])

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