Iniciar Sesión

Luis Gay Ramos

PREMIO A LA TRAYECTORIA PROFESIONAL 1994-1995

Luis Gay Ramos fue el primer arquitecto del que tuve noticia próxima: los arquitectos de los que hablaban los libros de historia del arte —de Palladio a Le Corbusier— eran, para mí, personajes míticos, carentes de existencia real: estrictas referencias académicas. Soy ahora consciente de la trascendencia que tuvieron en mi vida los dos edificios que construyó en Onda (mi localidad) durante los años de mi adolescencia. Hasta entonces, por la experiencia de mi infancia allí, yo creía que las casas las construían los contratistas, sin otras directrices que las que marcaba la tradición.

No solo es el primer arquitecto que me permitió conocer una actividad para mí desconocida, sino que, al mostrar un modo distinto de concebir los edificios, me permitió entender la importancia histórica y estética de la arquitectura moderna, aún antes de haber decidido ser arquitecto. De hecho, a pesar de tratarse de alguien que no llegué a conocer en persona, probablemente don Luis Gay fue el responsable de que yo haya sido arquitecto y, por tanto, de no haber construido él en Onda aquellos dos edificios, no sería yo quien estaría hoy glosando los valores de su obra. 

Nació cuando había que nacer para ser arquitecto: en la segunda década del siglo xx: dos generaciones después de los «pioneros» —Mies van der Rohe y Le Corbusier—, quince años después de la gran cosecha de comienzo de siglo —Arne Jacobsen, Marcel Breuer, Egon Eiermann, Gordon Bunshaft—. Es decir, cuando llegó a la profesión, ya existían los cimientos de la arquitectura moderna, pero quedaba lo principal: construir un sistema de elementos y criterios de relación entre ellos que no desmereciese de los principios formales que habían alumbrado una arquitectura nueva y distinta.

Tuvo formación clásica y dibujaba bien: dos características de los arquitectos de mediados de siglo. Ello le permitió advertir que era una cuestión de forma, no de apariencia —ni de mero lenguaje, como se creería después—, la contribución esencial de la arquitectura moderna a los movimientos y tendencias que trataron sin éxito de tomar el relevo del neoclasicismo.

En 1956, el año que la estadística señala como el inicio de la mejor remesa de la arquitectura moderna, Luis Gay tenía cuarenta y cuatro años, es decir, se encontraba en plena madurez. Los que nacieron en los años veinte o los treinta —que en esos años contaban con veinticinco o treinta años—, acaso por su juventud, casi siempre tuvieron una idea banal de lo moderno, relacionada con el cambio constante (lo que probablemente los hizo proclives a «seguir cambiando», de modo que muchos de ellos asumieron el posmodernismo sin traumas, casi con alivio).

Pero contar con cuarenta y cuatro años en 1956 tenía también inconvenientes: una formación clásica revelaba la dimensión formal de la arquitectura, lo que es un buen comienzo, pero incorporarse a la modernidad obligaba a actuar con una idea de forma distinta de la aprendida en la Escuela. En el nuevo modo de proyectar, la identidad se alcanza de modo totalmente distinto a como ocurría en la arquitectura clasicista: a) el criterio de unidad se cambia por el de coherencia; b) el de jerarquía, por el de consistencia; c) la simetría se sustituye por el equilibrio, y d) la igualdad, por la equivalencia.

El clasicismo es un formalismo: en eso coincide con la modernidad, lo que favorece la adaptación de quien se ha educado en él y tiene que asumir el modo moderno de construir la forma. Quien ha entendido el clasicismo sabe que no se agota en una aplicación correcta de los órdenes: eso es la condición básica para abordar en cada circunstancia las estructuras espaciales más adecuadas para la ocasión.

En cualquier caso, en torno a 1960 Valencia no era Chicago: la arquitectura moderna no era moneda corriente y, lo que es peor, desde finales de los años cincuenta era cuestionada por los críticos. El brutalismo, en Inglaterra; el historicismo, en Italia; el realisme, en Catalunya. Muchos arquitectos de la generación de don Luis Gay, a finales de los años sesenta, se excusaban de haber proyectado según los criterios de la modernidad.

Las próximas notas recorren algunos momentos de la obra de Luis Gay a lo largo de ocho años de su proceso profesional. No son ocho años cualesquiera: son los ocho años definitivos en los que la arquitectura moderna alcanzó madurez y estaba lista para afrontar el futuro con recursos similares a los que dieron al clasicismo una vigencia de cuatro siglos.

El cine Mónaco (Onda, 1958) es la primera de las dos obras aludidas que cambiaron mi idea de la arquitectura. Apareció cuando yo cursaba el bachillerato superior en el Colegio La Salle de Paterna y solo iba a Onda por vacaciones. Cierto sentido de la forma innato me hizo advertir que se trataba de un edificio cuya identidad se relacionaba con su constitución, no con su función. El edificio era algo cuya realidad no dependía tanto de su singularidad funcional como de su consistencia formal. Como es natural, su uso estaba contemplado en su arquitectura, tanto en los aspectos funcionales como en los simbólicos: ahora sé que eso ocurre en la arquitectura de verdad.

La Caja Rural (Onda, 1960) —la segunda— me abrió los ojos al modo moderno de concebir: el reconocimiento de los valores y criterios de tal modo de conformar la realidad construida se convirtió para mí, desde entonces, en la cuestión esencial de la arquitectura. Profundizar en tales principios y criterios de la modernidad me ha ocupado prácticamente el resto de la vida. La propia constitución del edificio es un ejemplo de claridad y precisión formales, poniéndose además de manifiesto la convicción de don Luis acerca de la esencia de la arquitectura: representar la construcción, no exhibirla ni —menos aún— enfatizarla.

En la casa Arrufat (Villarreal, 1961), Luis Gay encaja la vivienda en cada planta con la combinación de sentido de la forma y sentido común que acostumbra, lo que confiere a la propuesta una naturalidad que desanima a buscar alternativas. La larga fachada a la calle estrecha es un ejemplo de precisión constructiva y de refinamiento visual, así como todo el episodio que genera el vestíbulo y el arranque de la escalera.

Dos años después construye el edificio de viviendas de la Caja Rural de Villarreal (1963). No tiene nada que envidiar a la mejor arquitectura corporativa de una gran ciudad, y el carácter sistemático que adquiere su construcción hace pensar que empezaba a interesarse por la retícula miesiana como sistema universal que permite aunar construcción material y construcción visual, poniendo en cuestión el tópico de que «la forma sigue a la función».

Por fin, en el edificio de viviendas en la calle Colón (Valencia, 1962), Luis Gay encuentra la ocasión idónea para incorporar terrazas, ya no como singularidad casi simbólica, sino como parte constitutiva del sistema que rige el orden del edificio. Un edificio que aparece del todo controlado por un sistema constructivo lo bastante flexible como para dar cuenta de una vivienda y lo necesariamente riguroso como para garantizar la coherencia formal. El proyecto que acaso más ocupa a Luis Gay es el restaurante Viveros (Valencia, 1958-1969). El sentido de evolución de los dos proyectos del restaurante, el de 1958 y el de 1969, ilustra a la perfección la reacción inicial de los mejores profesionales al surgimiento en esa época de un brutalismo aparatoso y banal: don Luis no solo no renuncia a los valores modernos de la primera versión, sino que los acentúa y canoniza: el paso del primer al segundo proyecto representa la evolución de una modernidad intuitiva a una modernidad madura.

Por último, en el pabellón en el seminario de Segorbe (Segorbe, 1962) Luis Gay diseña un edificio unitario y compacto, versátil por la universalidad de su planteamiento. Acoge actividades tan diversas como juegos en el semisótano, clases en unas plantas y dormitorios en otras. Otro de los valores fundamentales del proyecto es su situación respecto al edificio antiguo, no solo la disposición conformando el espacio que hoy ocupa la pista de baloncesto ni la comunicación con el edificio existente, sino la manera en que, en el proyecto, ese recorrido cubierto atraviesa la planta baja por un extremo del nuevo pabellón y conduce a la piscina que le sirve de basamento acuoso. 

En definitiva, y como se deduce de su obra, Luis Gay tuvo siempre un sentido de la forma muy superior a la media de los arquitectos, y esa es la condición esencial para ejercer esta profesión con garantía de calidad. Un sentido de la forma que, por ejemplo, le permitió pasar por los «estilos de la autarquía» casi sin despeinarse.

La modernidad de don Luis Gay no se basó nunca en el mero uso del «idioma moderno»: jamás creyó —por lo que muestran sus obras— que la arquitectura moderna fuera una cuestión de léxico, sino de construcción formal: de modo similar a como lo que confiere calidad a un escritor no es el mero uso correcto del idioma —eso es la condición básica de su quehacer—, sino su capacidad para narrar, es decir, para construir un relato.

Más allá del improbable retorno de la arquitectura como sistema estéticamente valorado y socialmente activo, revisar la obra de Luis Gay, sin un ápice de melancolía, pero con nostalgia —¿por qué negarlo? —, ha sido para mí y a buen seguro será para ustedes una experiencia reconfortante.

OBRAS DESTACADAS

1952
Vivienda unifamiliar para el Dr. Gomar en Campolivar, Valencia
Ampliación de la Fábrica de tejidos «La Paduana», Onteniente (Valencia)
Hotel Astoria, Valencia

1953
Restauración y reconstrucción de la Iglesia de Santa Catalina, Valencia

1954
Hotel Recatí, El Perellonet (Valencia). Demolido

1957
Hotel Bayren, Gandia (Valencia) 

1958
Cine Mónaco, Onda (Castellón)

1959
Restaurante de Viveros, Valencia
Palacio Episcopal de Segorbe (Castellón)

1962
Edificio de viviendas en la calle Colón con calle Pérez Bayer, Valencia
Ampliación (pabellón de aulas y residencia) del Seminario de Segorbe (Castellón)

1963
Edificio Arrufat, Villarreal (Castellón)

1964
Restauración y reconstrucción del Convento de Santa Úrsula, Valencia

1965
Vivienda unifamiliar para D. Javier Mompó en Santa Bárbara, Valencia

1967
Hotel Mindoro, Castellón

1968
Edificio de oficinas en avenida Navarro Reverter con calle Grabador Esteve, Valencia
Edificio para la Caja de Ahorros de Valencia en la calle Pintor Sorolla con calle Doctor Romagosa, Valencia

1971
Edificio de viviendas en calle Poeta Querol con calle Ballesteros, Valencia

1976
Edificio de viviendas en calle Purísima, La Eliana (Valencia)

1977
Edificio de oficinas en calle de la Sangre, Valencia

(Texto de Helio Piñón Pallarés y Listado de Obras destacadas extraídos de la publicación MESTRES. ARQUITECTURA MODERNA EN LA COMUNIDAD VALENCIANA, de José Fernández-Llebrez Muñoz. Fundación Arquia [colección arquia/temas n 44], 2021 [ISBN 978-84-124459-0-9])

¡Comparte!