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Las escuelas del primer tercio del siglo veinte en la provincia de Alicante

MENCIÓN


JOSÉ LUIS OLIVER RAMÍREZ

Durante siglos, escuela no designaba en realidad un lugar y mucho menos un edificio. Escuela era una palabra que más bien se refería a una actividad: oír decir.

Y eso podía suceder en la puerta de una iglesia, en una cambra, en un jardín. Bajo la sombra de un árbol. Da igual. Ahí donde acontece el hecho, ahí donde el maestro se hace oír, eso es la escuela.

Pero hay un momento en el que se produce algo excitante: se pretende pasar del hecho al lugar. Y se inicia así ese proceso que casi siempre resulta tan incierto, el de la formalización de una idea. Décadas a lo largo de las cuales se va produciendo la traducción material, volumétrica, coloreada de ese concepto de escuela. La comprensión de este proceso va unida a la idea de lo universal.

En primer lugar, en lo que se refiere a la actividad que nos interesa, a la educación. La aspiración de una sociedad universalmente formada parte seguramente de la Ilustración, pero nos hace detenernos mucho más en el siglo diecinueve. Es entonces cuando las ideas de la nueva pedagogía se establecen con energía, describiendo la necesidad de una formación universal y por lo tanto distinta. Una nueva consideración por lo tanto del hacer oír, pero también del niño: una nueva escuela. Una nueva escuela.

La nueva pedagogía necesita así espacios nuevos. Lugares específicos, esos lugares y no otros. Ya no da igual. Ahora sólo sirven aquellos que están de acuerdo con los principios de la medicina higienista. Sólo son escuela esos espacios que permiten la nueva enseñanza graduada. Sólo los que son la casa del niño. Ya no vale cualquier cosa, y la arquitectura busca su forma.

Y se trata de una búsqueda extensiva, porque esa educación para todos necesita muchas escuelas. Por eso la idea de lo universal que decíamos no sólo afecta al modo de enseñar y aprender como ya hemos visto, sino también al modo en el que se afrontó la respuesta a este espacio buscado. El problema es por lo tanto para todos y de todos, es cuestión de la cosa pública y lo cierto es que ese ha sido un campo generalmente fértil para la arquitectura.

La arquitectura que nos interesa es pues la arquitectura pública, las escuelas públicas, porque sólo en ellas o, mejor dicho, en ellas mejor que en otras se expresa esta búsqueda de soluciones universales que requiere una instrucción para todos. De esta manera, a los debates médico-higienistas y los del campo de la pedagogía se añadirán los político-sociales, y los propios de la disciplina arquitectónica configurando finalmente el complejo panorama del que surgen los primeros edificios escolares. Y las primeras propuestas para los mismos, en nuestro ámbito cercano surgen a finales del diecinueve.

En aquel momento la Institución Libre de Enseñanza ya empezaba a tener un peso básico en todo este proceso, y aunque no existía en España todavía un Ministerio encargado de manera específica de estos temas, la instrucción era un tema clásico en las discusiones políticas entre liberales y conservadores. En unos años desoladores en cuanto a datos sobre analfabetismo, absentismo y trabajo infantil se promulgan las primeras leyes que pretenden cambiar la situación - como la llamada “Ley Moyano” - y el Estado comienza a abordar la necesidad de edificios: el Decreto Ley de 18 de enero de 1869 sentaba las bases de un concurso que buscaba establecer soluciones constructivas generalizables a partir de tres tipos de escuelas. A este concurso se presentó la Escuela de Arquitectura con algunas propuestas, pero fue uno de sus profesores, el arquitecto Francisco Jareño, quien firmó las primeras soluciones admitidas. El trabajo de este arquitecto se centró más en la clase-tipo que, en el conjunto, una cuestión muy importante como después veremos, aunque su estudio, que también incluye al mobiliario, sirvió de base para soluciones algo posteriores como las del arquitecto Enrique María Repullés.

Este segundo arquitecto es el autor de las propuestas más interesantes del final del siglo diecinueve en España, si bien -y esto, por desgracia, iba a ser una constante a lo largo de todas estas décadas -las penurias económicas y la falta de convicción real de la administración, dejarán estos dibujos en meros proyectos sin ninguna trascendencia real de momento: aún habría que esperar varias décadas para encontrar la primera escuela pública graduada construida en España, concretamente en la ciudad de Cartagena.

Por lo tanto, las referencias realmente construidas de estos momentos hay que buscarlas, en otros sitios: Bélgica, Inglaterra y especialmente Suiza son algunos de los lugares en los que la obra escolar resulta ya significativa, convirtiéndose con el tiempo en visitas obligatorias para pedagogos, docentes y arquitectos. La situación en España en general distaba mucho de poder mostrar edificios escolares como las flamantes imágenes alpinas que se podían ver en las revistas, y así en la provincia de Alicante apenas se pueden encontrar referencias a obras de reforma sobre locales existentes en los que se instalaban en condiciones paupérrimas las escuelas.

Con todo, las pocas propuestas proyectadas ya permiten intuir que en estos momentos todavía está lejos la arquitectura de dar una respuesta realmente eficaz a las demandas higienistas y mucho más a las pedagógicas. Es tan deficiente la situación previa, que simplemente poder construir un edificio parecía ser más que suficiente. Y así, todavía no se expresa en estas propuestas la idea de la escuela nueva que Fröebel, Pestalozzi o en un ámbito más cercano Giner de los Ríos habían descrito con pasión. Pero no es menos cierto que estos pasos balbuceantes tienen el valor incuestionable de ser los primeros.

Y desde luego no serán los últimos. En el año 1900 se crea el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, y aunque la verdad es que esto no cambiará demasiado la situación real de las escuelas - que seguía siendo horrible - sin duda ayudó a que se pudieran tomar ciertas decisiones de trascendencia futura: la voluntad de impulsar una instrucción pública vuelve a propiciar que se promulguen tipos constructivos repetibles. El resultado es una nueva serie de modelos de escuelas, en este caso doce, firmados por el arquitecto Luis Domingo de Rute.

La verdad es que estas propuestas suponen desde el punto de vista de la disciplina un cierto avance con respecto a las anteriores: contienen referencias escalares, presupuestarias, abarcando distintas posibilidades de tamaño y consolidando el programa que se iba definiendo para la escuela moderna. Pero pronto se vio que resultaban insuficientes, y el propio Ministerio apenas unos años después definió estos edificios como “pequeños y anticuados”: como resultado de esta situación siguió sin construirse una sola escuela pública en España y se convocó un nuevo concurso para definir nuevos tipos generalizables.

Este concurso lo ganó el arquitecto Julio Sáenz de Bares en 1911, resolviendo lo que ahora de una forma más precisa se había solicitado: tres categorías de escuelas tipo que fueran de seis o de doce grados.

Estas propuestas, y todas las variantes a que acabaron dando lugar, tienen la importancia de convertirse en verdaderas referencias proyectuales y su publicación en auténticos tratados de arquitectura escolar. Son los modelos que expresan la forma que el Estado quería en aquel momento para las escuelas públicas. Lo que se entendía que era una escuela. Estas propuestas establecen los estándares mínimos, soluciones constructivas, esquemas de funcionamiento y programa que a partir de este momento serán ineludibles en el diseño de las escuelas. Pero por encima de cualquier otra consideración aportan un elemento clave para la formalización del nuevo edificio escolar: la consideración del mismo como sistema y no como mera agregación de aulas.

Se establece por lo tanto una idea clave para el proyecto de las escuelas: el edificio escolar queda finalmente definido como un sistema, como un conjunto en el que las células que lo componen quedan supeditadas a un orden superior. Y esa es la verdadera expresión de la enseñanza graduada, de la nueva escuela. De ahí que el diseño y medida de los espacios comunes, los que son transversales a la individualidad del aula, se convierta en una de las decisiones más trascendentes en el proyecto de estos edificios.

Pero sólo a nivel de proyecto porque, aunque por fin se construyen edificios escolares públicos en el España, fundamentalmente en Madrid y Barcelona, lo cierto es que los proyectos reales no se muestran tan eficaces como las propuestas tipo que acabamos de mencionar. En el caso particular de las comarcas alicantinas, desde luego ni eso puesto que sólo se pueden encontrar proyectos que no se llevaron a la práctica. Y lo cierto es que ni tan siquiera en estos casos de meras propuestas se puede realmente apreciar que se esté definiendo una escuela nueva.

Un ejemplo es el proyecto de grupo escolar para Elche que propone el arquitecto Marceliano Coquillat. Desde luego la lectura del proyecto y la riqueza de los planos muestran el cariño y la sensibilidad con la que el arquitecto afrontó el problema. Pero su propuesta resulta más bien la agregación de una serie de escuelas unitarias, y sus planteamientos proyectuales distan de ser los que unos años antes se habían propuesto como modélicos. Y es que la gran cantidad de teoría específica ya producida al respecto parecía haber convertido el diseño de escuelas en un trabajo de especialistas, algo que tendrá una expresión muy clara en 1920, año en el que cambió la historia de la arquitectura escolar pública.

En 1920 el Ministerio creó la llamada Oficina Técnica para la Construcción de Escuelas (OTCE), una entidad que centralizó en Madrid el diseño de prácticamente todas las escuelas públicas del Estado español. Quedaba así en manos de arquitectos específicamente destinados a este fin tanto la redacción de los proyectos de grupos escolares como la ejecución de las obras, ya que en cada zona trabajaban otros arquitectos que llevaban a la realidad lo proyectado. Al frente de todos ellos estaba Antonio Flórez Urdapilleta, siendo el arquitecto de la provincia de Alicante Vicente Pascual Pastor.

Flórez es un arquitecto decisivo en esta historia de las escuelas. Muy vinculado a la Institución - ideológica y personalmente - participó no sólo en la definición de propuestas tipo sino también en la redacción de unas Instrucciones que debían regular el diseño de cualquier escuela. Y así, a partir de 1922 la OTCE ya tenía listos y publicados un conjunto de modelos básicos de escuelas en función de los climas y de los programas, a partir de los cuales se iba a proyectar cualquier escuela.

La trascendencia de estos modelos es inmediata y aunque unos años más tarde iban a ser muy criticados al cuestionarse su “racionalidad”, lo cierto es que gracias a ellos se construyeron los primeros edificios escolares graduados públicos en la provincia de Alicante.

De esta manera por fin surgen escuelas, y no precisamente cualquier cosa: a partir de los modelos de la OTCE poblaciones muy pequeñas de la provincia iban a tener un edificio escolar diseñado por arquitectos vinculados a las corrientes europeas más avanzadas al respecto. El trabajo en este sentido de la OTCE es ingente y se redactan decenas de proyectos para las poblaciones alicantinas.

Multitud de proyectos, algunos con aplicación práctica, otros apenas propuestas, muchos redactados por los arquitectos de la Oficina y otros tantos por arquitectos locales, cuyo conjunto en todo caso nos acerca a uno momento especialmente vertiginoso para la arquitectura escolar del primer tercio del siglo veinte: el que aconteció durante la Segunda República.

Y es que el breve periodo de ocho años de gobiernos republicanos, especialmente los primeros, resulta para las escuelas particularmente fascinante, sobre todo por la ilusión desbordada del nuevo gobierno en materia educativa, y por su fe ilimitada en la capacidad de la enseñanza como mecanismo de regeneración social.

Una fe que, expresada de forma explícita en las manifestaciones públicas de los responsables en materia educativa, y en las disposiciones que fueron redactando los legisladores; ambos abordaron el problema escolar con ambición y determinación. Pero la situación de la enseñanza pública, a pesar de los distintos pasos y avances que sin duda se habían ido produciendo, seguía siendo terrible a la llegada del nuevo gobierno, y los presupuestos con los que se podía contar, no tan generosos como el esfuerzo de esos dirigentes. El resultado de esta realidad es que en el poco tiempo con el que contaron, muchos de estos planes no pudieron ser llevados a la práctica completamente, algunos proyectos quedaron en mera utopía, y los que tuvieron aplicación real, lo hicieron con menos radicalidad de lo que se pretendía, o con más continuidad de lo deseado.

En todo caso, e incluso con todas estas dificultades y matizaciones, podemos encontrar en la provincia de Alicante operaciones en materia escolar que sí suponen un verdadero cambio con respecto a la situación anterior, tanto desde el punto de vista conceptual-educativo, como desde el propio punto de vista arquitectónico. Y es que los arquitectos “modernos” - no quiero iniciar una discusión demasiado larga para este resumen, simplemente utilizo la palabra para entendernos - plantean la cuestión de este tema arquitectónico en unos términos que le otorgan una dimensión singular: las escuelas serían mucho más que un edificio, la expresión de una ciudad posible.

Este interés se expresa muy bien en revistas, concursos y exposiciones del momento, y no faltan referencias al respecto en muchas de las conferencias que especialmente arquitectos GATCPAC dictaron en aquellos años. En estos actos se plantea una idea que todavía resulta fascinante: “de les noves escoles sortirán les ciutats noves” se dice, explicando que la nueva escuela debía ser el espacio donde se aprendiera por encima de cualquier cosa un nuevo concepto de vida. Como vemos, la arquitectura escolar adquiere una importancia que va mucho más allá del propio problema educativo: el nuevo urbanismo no debía ser pues algo impuesto, sino algo aprendido de manera natural en los nuevos edificios escolares.

En definitiva, un capítulo más en un recorrido de cuatro décadas llenas de ilusiones y lamentos que en lo arquitectónico suponen la búsqueda de un espacio cada vez más cuidadoso con el niño y con los grupos de niños, y que sin duda definen el edificio escolar tal y como ahora lo proyectamos.

Texto del autor

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